I
Viene tan bella como la noche
de esos países sin nubes y cielos estrellados,
y todo lo mejor de la oscuridad y el esplendor
se reúne en su rostro y en su mirada:
así de dulce, con esa delicada luz
que el cielo niega a la vulgaridad del día.
II
Una sombra de más o una luz de menos
habrían arruinado la gracia indescriptible
que ondula en cada trenza negra y brillante
y que suavemente centellea en su rostro,
donde los pensamientos se reflejan con dulce serenidad,
y qué puro, qué encantador el lugar en el que habitan.
III
Y en esas mejillas, y en esa frente,
tan delicada, tan sosegada, y sin embargo tan elocuente,
las sonrisas que todo lo vencen, los gestos que resplandecen,
hablan de días que transcurrieron en la bondad,
de un espíritu en paz con todo lo inferior,
¡de un corazón cuyo amor es inocente!