1.
¡Que en tu alma reine siempre la luz!
Jamás un espíritu tan adorable como el tuyo
se liberó de sus ataduras mortales
para ir a brillar en el cielo de los bienaventurados.
En este mundo fuiste casi celestial,
y ahora tu alma ya será inmortal;
y nuestra pena puede dejar de lamentarse,
porque sabemos que tu Dios está contigo.
2.
¡Que te sea leve la hierba que cubre tu tumba!
¡Que su verdor sea como el de las esmeraldas!
No habrá ni una sombra de tristeza
en nada que nos recuerde a ti.
Que flores nuevas y un árbol siempre frondoso
broten en el lugar donde tu cuerpo descansa,
y no queremos ver ni cipreses ni tejos,
pues… ¿por qué íbamos a llorar a los bienaventurados?