1.
¡Oh, no me habléis de los grandes nombres de la Historia!
Los días de la juventud son los días de nuestra gloria,
y el mirto y la hiedra de los dulces veintidós
valen más que todos vuestros laureles, aunque sean muchos.
2.
¿Qué son las guirnaldas y las coronas para la frente marchita?
No es más que una flor muerta salpicada con el rocío de mayo.
¡Así que apartad todas esas cosas de la cabeza canosa!
¿Qué me importan a mí esas coronas que solo dan fama?
3.
¡Ah, Fama! Si alguna vez disfruté dedicándote elogios,
fue menos porque me gustaran tus palabras rimbombantes
que por ver los brillantes ojos de una querida dama al descubrirse
pensando que yo no era del todo indigno de amarla.
4.
Fue ahí donde te busqué, sobre todo, y ahí solo te encontré;
su mirada fue el mejor de todos los brillos que te adornan,
cuando resplandecía al saber de alguna cosa notable en mi vida:
yo sabía que eso era amor, y sentía que eso sí era la gloria.