Un hecho real, contado tal y como sucedió
Me encontraba junto a la tumba de aquel que fue
el incandescente cometa de una época, y vi
el más humilde de todos los sepulcros, y observé
con no menos pena y temor reverencial
aquel túmulo de hierba abandonada y la callada estela
con un nombre no más legible que los nombres de otros desconocidos
que yacían a su alrededor sin que nadie los leyera; y pregunté
al Jardinero de aquel cementerio cómo podía ser
que por aquel túmulo los extranjeros preguntaran sin cesar
en medio de las innumerables muertes del último medio siglo.
Y así me contestó: «Bueno, yo no lo sé;
no sé por qué tantos viajeros vienen en peregrinaje;
murió antes de que yo me convirtiera en enterrador,
y no fui yo quien cavó su tumba».
¿Y esto es todo?, pensé, ¿y nosotros intentando rasgar
el velo de la Inmortalidad, y ansiamos
no sé qué del honor y de la fama
mirando a los siglos venideros, para acabar en esta ruina,
tan pronto, y tan inútilmente? Mientras lo pensaba,
el Arquitecto de todo lo que pisábamos,
pues la Tierra no es más que una tumba, intentaba
sacar del barro memorias [de otros hombres],
cuyas existencias podrían confundir al mismísimo Newton
si no fuera que toda la vida debe acabar en una,
de la que somos solo soñadores; mientras trabajaba
como «si fuera el atardecer de un sol antiguo»,
así dijo: «Creo que el hombre por quien
usted pregunta, y que yace en esta tumba tan visitada,
fue el escritor más famoso de su tiempo,
y por eso los viajeros se apartan de su camino
para honrarlo… y yo mismo lo honro,
si no le parece mal a su señoría…»; entonces muy complacido saqué
del rincón más avaricioso de mi bolsillo
algunas monedas de plata que, digamos,
me vi obligado a dar al hombre, aunque podría habérmelo ahorrado,
si bien habría sido un poco incómodo… Ya, sonreís,
ya os veo, ¡condenados ateos!, y lo hacéis,
porque mi verso sencillo dice la verdad.
Vosotros sois los necios, no yo: porque me entregué,
con un pensamiento profundo y con la mirada emocionada,
al humilde sermón del viejo enterrador
en el que había Oscuridad y Fama:
la Gloria y la Nada de un Nombre.