¡Date prisa, Cronos!
¡Sigue el trote estrepitoso!
Cuesta abajo va el camino.
Los ojos me nubla el vértigo
que me da tu lento paso.
¿Qué importan piedras y raíces?
¡Aunque a trancas y barrancas,
vamos raudos a la vida!
Reaparece luego el paso
esforzado que, asfixiante,
nos conduce cuesta arriba.
¡Fuera, inercia! ¡A la cima
vamos con afán y confianza!
En lo alto: espléndida vista
que de montaña a montaña
abarca la vida toda,
y el eterno espíritu encima
nos presagia vida eterna.
Te seduce la sombra
de un alero allá al lado
y la mirada de aquella muchacha
del umbral que promete refrescarte.
¡Reanímate! Dame, niña,
esa bebida espumosa
y esa mirada tan sana y amable.
¡Abajo, pues, más deprisa!
Mirad, el sol ya se pone.
Antes de que sea yo un viejo, y me envuelva
la neblina del pantano,
y me crujan la boca desdentada
y los huesos temblorosos:
¡ebrio del último rayo,
llévame, oh mar de fuego,
al ojo espumante! ¡Llévame,
deslumbrado y tambaleante,
a la puerta nocturna del infierno!
Cochero, haz sonar tu trompa,
aviva el trote sonoro,
para que oiga el Orco que viene un príncipe,
y de sus asientos se alcen
abajo los poderosos.