El hombre, entre los árboles, medita
con pasión sus recuerdos. Le rodean
sombras profundas, silenciosas alas
oscuras, más arriba los viejísimos
astros. Piensa que fue su vida luz,
y que los hombres y las cosas eran
dignos de perdurar, porque era eterno
su amor. Llegan desde las blancas tapias
del jardín los jazmines, y en el campo
los deja el aire derramados. Mira
latir el faro en las tinieblas, muda
la mar está, presiente su constante
movimiento. La luz ya está gastada,
y sabe que las cosas que perduran
viven sin él, y que los hombres niegan
todo el afán del corazón. Inútil
como la estrella vieja, como el faro
lejano y débil, mas aún con vida.
Un balcón de la casa se ha encendido,
llega de allí una música. El huerto
tiembla bajo las sombras, se recoge
en el sueño. Quien reina así en el mundo
no es la noche, es el tiempo. Lo penetran
sus ojos, y arrasados por las lágrimas
regresan del misterio. Se encamina
con paso lento hacia la casa, va
con la mente sombría, siente frío.