Ama la tierra el hombre
con gran fuerza,
por una ciega ley del corazón.
Todos los hombres saben
que un día han de llorar
de amor por ella.
La ley del corazón es la ley mía,
y en esta tarde sola
miro la luz caer
en los pozos sombríos de los huertos.
Su último vuelo las palomas ruedan
antes de cobijarse, vienen
de descansar sobre los pinos,
de ver la mar,
y retienen sus alas el rumor
del más hermoso mar creado.
Miro los secos montes, son de plata;
por ellos van los sueños
de mi niñez, errantes
y abatidos.
Queda solo el amor,
el de penumbra de los padres
y aquellos más oscuros que trajimos
de países lejanos.
Trepa el muro el jazmín,
huele la casa a flor, y los caminos
ebrios están de rosas.
El tiempo, en sombra, es insondable.
Y es el ciprés un alto arbusto
de llamas, astros y jazmines.