Ya está todo dispuesto,
hay un reloj que marca detenidas
las doce no solares,
la casa está vacía y no hay valija ya que prevenir;
en la estación la niebla aleja aún más
el silbido pretérito,
afantasma en el puerto los cascos de los buques.
¿Podré aún llegar a ti,
ancianísimo espíritu, antes de que obedezcas
la última ley prescrita hacia la nada,
para así devolverte
un reflejo del mundo que me diste,
acercarte el espectro de la vida que amamos,
recibir tu piedad,
ungirte con la mía?
¿Y allí estará él aún, o ya será carencia?
Desplazados los tres
–yo rezagado–
las sombras no serán.
Ni la luz, ni el vacío.
¿Hasta cuándo ahí el mundo?