PAÍS POEMA

Autores

francisco brines

en la república de platón

Recuerdo que aquel día la luz caía envejecida
en los fértiles valles extranjeros,
contemplada, desde la cumbre del mediano monte,
por mis ojos cansados.
Los guerreros de mayor juventud
y algunos de mis hijos, escogidos por su hermosura,
pusieron en mi frente sucesivas coronas de laurel,
y estrecharon mis manos con las suyas.
Cuando él llegó hasta mí, temblé; y arrebatando
de sus manos la rama de laurel
le cubrí la cabeza juvenil con la fronda de dios.
Posé mi mano en el desnudo hombro.
Aquellos días de campaña
fueron lentos, afortunados de valor,
y anidaba en mis ojos
la oscura luz de la felicidad del hombre.
Adornada de mirto y flor, compartimos la tienda,
vigilada por el fuego campamental y la insomne mirada de centinelas escogidos,
El vino y la comida compartimos, y en el festín
nadie, respetando mi más secreta voluntad, mostraba la alegría
mientras Licio ocultara la suya tras los labios.
Y al par que conquistamos aquel reino enemigo
hice mío su corazón, y le di vida.
Hoy miro las fogatas del viejo campamento,
bajo la fosca noche,
desde esta vil litera humedecida
en la que, consumido por la fiebre,
sostengo el cuerpo sin vigor momentáneo;
y oigo lejano el juvenil clamor por Trasímaco el héroe.
Sobre el hombro de Licio, me contaron mis hijos,
puso su mano con firmeza,
y este le abraza, según ley, y es por él abrazado.
Hoy visitó la retaguardia, y fueron complacientes con él
los magistrados, y admirado por los muchachos que aprenden en la guerra,
y obsequiado de todas las mujeres
yo le di el abrazo, y el discurso amistoso de la bienvenida.
Iba con él el joven Licio.
Dejando el campamento mujeril
pasaron ante mí,
y vi en los ojos del muchacho turbación y reproche.
Corren rumores que la campaña del Asia está ya próxima,
y urge curar el cuerpo con gran prisa,
ejercitarlo en el gimnasio,
acudir otra vez al campo de batalla.
Y pienso, sin embargo, que es inútil mi sueño,
pues las fatigas de los años tributan consunción en el cuerpo,
y hace sufrir la mordedura del dolor.
Hundido en la litera, miro hacia el fuego que rodea su tienda,
y puedo interpretar la mirada de Licio:
todavía me ama.
Excelsas son las aptitudes de su cuerpo y su espíritu,
y harán de él un héroe de los griegos.
Próxima está la campaña en el viejo continente,
de condición cruel y largos años,
y nadie igualará su decisión briosa.
Caerá la sombra entonces sobre mí; cuando regrese
no sentiré su mano sobre el hombro.
Licio presidirá gloriosos funerales.