PAÍS POEMA

Autores

francisco brines

después de la infancia

I
Al terminar los juegos
nos quedábamos todos tan cansados
que se olvidaban de mi corto nombre.
Me retiraba entonces de la casa
al secreto lugar.
Allí se oscurecía la arboleda,
las palomas giraban caudalosas
y muy blancas, el mar
era un país lejano
cada vez más de niebla,
y caído en las hojas de los pinos
miraba hacia el misterio de la noche.
Los ojos, grandes y puros,
se cuajaban de puntos invisibles,
crecían las estrellas
con más luz,
y se turbaba el pecho
por la felicidad.
Era viejo aquel valle
de olivares nocturnos,
de almendros de hojas finas.
Y fui creciendo en el amor dichoso
del hombre y de la tierra.
El mundo estaba allí,
en el aliento de la suave noche,
descansando en mis ojos
hasta que nos durmiéramos.
Después, por la mañana,
nos despertaba la luz jubilosa.
II
Hoy el valle es más joven.
Los aires, al tocar las frescas hojas
del naranjal nacido,
casi rozan la tierra.
He querido sentir,
de nuevo, aquel misterio
de la emoción del mundo,
y en el mismo lugar
esperé a las tinieblas.
Altas aparecieron
las luces vacilantes de los astros,
y el pecho no tembló.
El tiempo, en su tarea,
lleva el polvo a las cosas,
despoja de secretos a los hombres,
en el alma se queda
germinando.
Al regresar al lecho
pensé que el mundo se extendía extraño
más allá de mi valle;
y sufrí al recordar
cuánto amor de aquel hombre
lejos de allí vivía.