Yo no soy poeta, soy una antena,
y las cosas se me presentan con su nombre primigenio en mi cocina
llamándome como fantasmas para que las convoque en esta niebla
y se os caiga la venda que el tiempo pone a nuestra ceguera.
Yo no hice nada, de niña soñaba con todas las cosas muertas,
se me presentaban como lechuzas blancas en la azotea
así salía de mi insomnio de cama pequeña para ir a verlas
y que me hablaran de los campanarios de pueblos ahogados
donde los muertos hablan palabras de algas y plantan árboles boca abajo.
Casi nunca escribo poemas de amor,
no me gusta hablar de las cosas que nacen ya muertas,
o quizás es porque te perdí
y de nada vale ya contaminar los versos con todo lo que hice mal.
Sé que hay gente que vive entre momentos que nunca sucedieron,
o que echa raíces en el presente sin pensar en lo que perdieron.
No soy un poeta, soy una antena, voy y vengo del ayer al hoy
sintonizando películas de esas donde siempre ganan los buenos.
Sintonizo con la puta de aquella esquina y con el niño del quinto,
con el sueño que el abedul duerme cuando no hay hombres.
No soy poeta, repito, sino una antena, por eso no sé hablar en público
ni hacer que me tiemble teatralmente la muerte en los labios
al nombrarla en un recital de esos que tampoco llenan los bares.
Mejor me buscas en el preciso momento en el que los copos de nieve
entierran el mundo en un silencio antiguo con chimeneas.