Como los cadáveres en las playas bajo el sol del progreso
huyendo de ejecuciones dictadas por dioses apocalípticos
que sólo se preocupan de ganar la partida de ajedrez del oro negro,
sí, hablando de melancolías,
como las fotografías de dolor que son noticia unas horas
y después se olvidan.
Hablando de dolor, te decía,
como los fantasmas de los niños en las orillas
bajo el cielo negro de la inmisericordia, lluvia infinita,
dejando su piel nueva en la arena, desperdicio de promesas,
porque antes de andar son ya propiedad de la muerte
y se irán sin haber construido nunca un castillo de arena,
cancelando sin aviso sus risas de juego apenas oídas en tierra,
al fin y al cabo nunca nadaron con sirenas.
Y aquí estamos, perdidos en laberintos hipotecarios,
contando las monedas que podemos gastar en el supermercado,
ignorando el pan que le falta al vecino, sospechosos de la legalidad
del alma de otro ser humano, encarcelándonos en adosados,
no es nuestro problema, decimos, y miramos para otro lado.
Hablando de la verdad, como el frío norte que organiza su invierno
dando caridad con cara de estorbo, encerrando luego a los que llegan en cajitas,
nunca podrás ser uno de nosotros, dicen mientras analizan su ombligo,
y se revuelcan en su chauvinismo con falso olor a patriotismo,
colocando la alfombra encima de los escombros de sus cimientos.
Hablando de la verdad, como este mundo de ausencias,
donde la gente para madurar tiene que ir perdiendo el alma por el camino
y el precio del éxito es ir repitiendo consignas ganadoras de los libros de texto
todo para disfrutar de una cuenta corriente saneada y futuro piso en la playa,
con esa orilla preparada para recibir a los turistas con posibles,
a ese mar que no es para todos igual y que es una tumba de perdedores
adonde seguirán llegando niños que las autoridades incompetentes
retirarán competentemente
no sea que el olor de la pobreza nos haga perder el apetito.