No soy de nadie,
quizás de los vendavales de viento
que giran sobre sí mismos
contándose las mismas hojas todos los días
o de los pasillos de los edificios
que brillan insomnes las noches de los sábados
escuchando pacientes los pasos
de gente sin sombra que ha bebido
para olvidar que no existen en el silencio.
No soy de nadie,
quizás del lago que refleja
las nubes del cielo un día sin viento
donde los peces vuelan,
los pájaros nadan
y las iglesias dan misa boca abajo.
No soy de nadie,
quizás de las veredas vacías de octubre
cuando la noche cae prematuramente
sobre las alfombras de hojas del invierno
y los pájaros duermen su sueño de ramas
pensando en la muerte que trae la nieve.
Si fuera de alguien,
sería del río,
que olvida todolo que deja atrás,
por ejemplo,
a la niña que juega a la iglesia de la orilla,
al pescador impaciente,
a los ojos del soñador que juega a tirar piedras,
porque del río me gustaría ser,
siempre adelante,
siempre deseado por los árboles y el mar,
desembocando no en la muerte,
sino en el principio