Me subo a las azoteas del verano
para contar sábanas al viento
que hacen navegar las casas de pueblo
como veleros.
Por las aceras caminan mujeres
que llevan olores de pan cosidos al delantal
y traen pausadamente el mediodía.
Cada casa es una cajita de cartón donde la gente
habla de los otros en las sobremesas del café
mientras la luz del sol se desintegra como polvo
al entrar en los salones viejos de color caoba.
Los ancianos sacan las sillas a la calle
esperando ver pasar a la gente como antes.
Cuando llega la noche la oscuridad
se tumba como un gato en los descampados
y las farolas averiadas protegen a los amantes.
Al día siguiente se repiten los mismos rituales
mientras fuera el mundo corre para acabar
siempre en el mismo sitio.
Todavía quedan antenas desgarrando
los cielos llenos de palomas que pasan.