Tengo una amiga que echó a un hijo por el vientre
y al principio fue bien, sintió la llamada de las hormonas,
que es una cosa como la que Tarzán sentía en los árboles
sólo que revestida de pavor a perder lo que es de uno.
Después el miedo puso un nudo al futuro, ya casi que no duerme,
da vueltas sin parar en la cama, piensa en el derecho que tenía
de traer otra boca con hambre a esta ciudad sin presente
y anda con muchos fines del mundo en el estómago.
Tengo otra amiga a la que todos los hijos le nacían muertos,
eran cosas minúsculas cuando se morían,
como masas informes proyectos de planetas, como un trozo de viscosidad
a la que hubiese que proteger contra viento y marea,
y al principio fue mal, y sigue yendo mal,
porque dice que su vida no tiene sentido sin dejar otra boca
que hable por ella en el mundo.
Yo las escucho con paciencia, no puedo hacer otra cosa,
y cuando me preguntan por mis no-hijos
les digo que nunca quise compartir mis desgracias,
que soy egoísta con esas cosas, y que tarde o temprano
a todos nos alcanza el nudo en la garganta del futuro
que no es otra cosa que la soledad de la muerte de cada uno.