I.
Contemplaba un corcovado
La corcova del vecino,
Teniéndose por divino
Y al otro por desdichado.
Porque lo que se usa más
Es ver ajenos defectos,
Tenerse por más perfectos,
Traer su corcova atrás.
II.
Iba en una procesion
Un donoso loco un dia,
Y un galan, que atrás venia,
Le sacudió un pescozon.
El loco, la mano alzando,
Dió otro tal al delantero,
Diciéndole: «compañero,
Dad, ¿no veis que vienen dando?»
III.
Este nombre, Pedro, es bueno,
Por la memoria estimado
Del Pontífice nombrado
Sucesor del Nazareno.
Pero si quereis quitalle
La quarta letra, y dejalle,
Se resuelve en un suspiro,
Que ninguno habrá que á tiro
De arcabuz ose esperalle.
IV.
Aconsejándole á Inés
Se quite de su marido,
Que anda por putas perdido,
Respondió, como quien es:
«Aunque veo por extenso
Lo mal que haze en dexarme,
Yo dél no pienso quitarme…
Desquitarme dél si pienso.
V.
Juana, pues que no dais cabo
Al tormento en que me veis,
Y de ordinario volveis
A mis lástimas el rabo,
Temo que quereis dinero;
Si es cierto lo que refiero,
Bien podeis de aquí adelante
Besarme en el consonante
Que tiene el verso primero.
VI.
Un socarron mesonero
Dijo á un jiboso al revés:
«No me negueis que esta vez
Cargasteis bien delantero.»
El jibado á estas razones
Replicó: «es muy importante
Llevar la carga delante
Quien se halla entre ladrones.»
VII.
Lo que de Juana parece
Templo merece en la tierra;
Lo que el blanco velo encierra
Yo no sé lo que merece.
Quien viere la oculta gloria
Podrá dar la cierta nueva,
Si de Acteon no renueva
La triste y mísera historia.
VIII.
Vive Dios, que á par de muerte
Siento, Inés, ver que no puedo
Quererte con el denuedo
Que fuera razon quererte.
Flojuelo estoy; no te pene.
Deja pasar esta luna,
Podrá ser que la fortuna
Haga mejor la que viene.
IX.
Yaze en esta losa dura
Una mujer tan delgada,
Que en la vaina de una espada
Se trajo á la sepultura.
Aquí al huésped notifique
Dura punta, ó polvo leve,
Que al pasar no se la lleve,
O al pisarla no se pique.
X.
De Carmona el eco es mona,
De Guadalajara, jara,
Y de Barcelona, lona;
De estos tres ecos, tomara
Ser yo el eco de Carmona.
Y así acuerdo pretendello,
Pues tengo andado ya en ello
Hasta llegar á bellaco,
Supla el jeneroso Baco
Lo que falta para sello.
XI.
Sacó al pregón Isabel
Su honor, y graciosa daba
Al comprador que llegaba,
Para prueba, un trago dél.
Destas y otras aventuras
Vino la pobre mujer
A no tener que vender,
Pues se le fué en probaduras.
XII.
Rióme:… así Dios te guarde,
Que te quiero, Inés, contar
Un lance bien singular
Que me sucedió esta tarde.
Has de saber que un francés
Pasó vendiendo calderas…
Estame atenta: no quieras
Que lo cuente en valde, Inés.
Llamélo, y des que me vido…
Escúchame con reposo,
Que es el cuento más donoso
De cuantos habrás oido.
Díjele: amigo, á contento,
¿Cuanto por esa caldera?…
¿No me escuchas?… pues yo muera
Sin óleo si te lo cuento.
XIII.
—¿Qué es cosa y cosa, Constanza?
—Direis vos, que yo no sé.—
—De esta vez cojido os hé.
¿No es muy buena adivinanza?—
—¿Pero vos, en conclusion,
Me la dais? —Cosa es forzosa,
Pues digo que cosa y cosa,
Constanza… dos cosas son.
XIV.
Trazando estoy en qué modo
Podría escribir ahora
Vuestro nombre, mi señora,
Y el Don en un verso todo.
Sale el efecto diverso.
Porque por sílabas salen
La señora doña Valen,
Y el tina sobra del verso.
Pues si entrare el verso con
Mi señora Valentina,
No es razon ni cosa dina,
Porque al nombre falta el Don.
Y quitárselo al desgaire
Por medir el verso al justo,
Es un donaire sin gusto
Y un peligroso donaire.
XV.
Inés, vos quereis que Andrés
Os dé, y que por vos se muera;
Y será de la manera
Que vos lo quereis, Inés.
Pues habiéndole hecho Dios
Gallego, como sabeis,
Si os quiere y os da, vereis
Como se muere por vos.
XVI.
Dice Inés, que nada es
Cuanto me pide, y yo luego
Digo que nada le niego
De cuanto me pide Inés.
Inés tanto se comide
Que cuanto me pide es nada;
Y yo, á quien tanto ésto agrada,
Le doy la nada que pide.
Y tan liberal he andado,
Que, por no pecar de nécio,
Cuanto pide con desprecio,
Tanto le doy con agrado.
XVII.
Entraron en una danza
Doña Constanza y don Juan;
Cayó danzando el galan,
Pero no doña Constanza.
De la jente cortesana
Que lo vió, quedó juzgado
Que don Juan era pesado,
Doña Constanza liviana.
XVIII.
Me pedís, Fábio, que os diga
Qué sentido doy á qué
Célia, sin pensar, os dé
Una verde banda ó liga.
En tomar poco se pierde;
Mas yo vengo á sospechar,
Que os quiere, Fábio, purgar,
Pues os empieza á dar verde.
XIX.
Ved si la industria de Inés
Merece ser celebrada;
No teniendo la cuitada
Con qué cubrirse los piés,
Hizo de espinacas tiernas
Desatadas con orines,
Unos hermosos botines
Que le cubren piés y piernas.
Con que los ha reducido
A tan grande honestidad,
Que ninguno con verdad
Jurará que se los vido.
Resta que por tal hazaña
Se le dé premio y corona,
De la más súcia fregona
Que hay en bodegon de España.
XX.
Si vuestra muger no es casta,
Y ésto, compadre, os lastima,
Echadle la llave encima,
Si ésto os parece que basta.
Pero no me satisface,
Porque ni os libra, ni escapa,
Por ser de suerte la chapa
Que qualquiera llave le haze.
Para semejantes cosas
Que son de tanta importancia,
Sangrías en abundancia
Suelen ser maravillosas.
Pero el remedio solene
Que el demonio dió al pintor,
Es de todos el mejor,
Compadre, y el que os conviene
XXI.
Hay en el cielo segundo
La estrella de Hermes famosa,
Y refiérese una cosa
La más donosa del mundo.
No saben quién la refiere,
Mas yo sabré de él lo cierto,
Si se quien es, y no es muerto,
Si lo hallo, y él quisiere.
XXII.
Dizen que Siringa era
Lo que despues fué jeringa,
Porque le faltó á Siringa
Una ayuda en la carrera.
Otras no alcanzan un pan,
Y aquesta de Pan huía,
Que con la beldad se cria
Tan descortés ademan.
Criada en ócio y regalo,
Sin hilar como mujer,
No le debia saber
Bien á secas pan tan malo.
Mas Pan, por dárselo á secas,
Corrido de correr, dió
En que la que nunca hiló
Diese cañas para ruecas.
XXIII.
—«Quedo estoy; déjame en paz,
No me impidas mi descanso;»—
Dijo el corderillo manso
Perseguido de un rapaz.
—«Toma consejo mejor;
No hagas en tí experiencia,
Que la ofendida paciencia
Suele volverse furor.»
XXIV.
Cielo son tus ojos, Juana;
Cielo dispuesto á llover,
Pues siempre suelen tener
Nubes, á tarde y mañana.
Relámpagos, agua y nieve
Son perpetuo desconsuelo;
Si Dios no tiene otro cielo
Nunca Dios allá me lleve.
XXV.
Amor es una tinaja…
Diréisme que es desvarío,
Y que es error éste mio
De un hablador de ventaja.
Pues yo sé bien, si es error,
Que no nos oigan por eso:
Ya me retracto, y confieso
Que tinaja no es amor.
XXVI.
De la boca de Inés, puedo
Como testigo afirmar
Que se queda por llegar
A las orejas un dedo.
Y si á reir le provoca
Quien le contare consejas,
Quedan atrás las orejas
Y sube arriba la boca.
XXVII.
Juana espera la venida
De su marido; y no entiendo
Por qué no viene, teniendo
La mujer tan mal sufrida.
Mal haze; no se detenga
Ni pierda ésta coyuntura,
Si no quiere por ventura,
Venir tarde quando venga.
XXVIII.
Tus cabellos estimados
Por oro, contra razon,
Ya se sabe, Inés, que son
De plata sobredorados.
Pues querrás que se celebre
Por verdad lo que no es,
Dar plata por oro, Inés,
Es vender gato por liebre.
XXIX.
Si tu mal diera en él cura
Sin que te cupiera parte,
No era menester curarte,
Como el cura no se cura:
Mas pues el mal se te atreve
Más que al cura, bebe, Inés,
La zarzaparrilla un mes
Ya que el cura no la bebe.
XXX.
Bellos ojos tienes, Ana;
Mas porque, á mi parecer,
Se inclina alguno á tener
Por tan bellos los de Juana,
Haz que te preste los suyos,
Y álzate despues con ellos,
Que no es bien que ojos tan bellos
Se diga que no son tuyos.
XXXI.
¿Quereis saber de Constanza
Quan casta y honesta sea?
Pues ninguno la desea
Que quede con esperanza.
Porque como ella lo sepa
Luego le aplica el remedio,
Sin dejar lugar en medio
Donde la esperanza quepa.
XXXII.
No le des la mano, Inés,
A ningun sugeto humano,
Porque si le dás la mano
Tu tendrás una y él tres:
Y quando cese este daño,
Del mismo hecho se infiere
Que la mano que él te diere
Ha de ser de las del año.
XXXIII.
Llora su pena y enojo
Tiernamente Catalina,
Y llóralo la mezquina
Solamente con un ojo.
Si quiere saber alguno
Que la causa dello ignora,
Por qué con un ojo llora…
Es que no tiene más de uno.
XXXIV.
Hiere la hermosa Elvira
Quantos mira,
Porque sus ojos son flechas
Que al corazon van derechas,
Como al blanco donde tira.
Mas luego por buen respeto
Los cura y sana en efeto
Como le caigan á lance;
No hay quien el secreto alcance,
Porque los cura en secreto.
XXXV.
Dicen del pié de Violante.
Que por compás es igual
Del tobillo al carcañal
Y del tobillo adelante.
No lo he visto: pero sé
Que si vestida y calzada
Fuera al cielo, todo es nada
Porque ha de entrar con mal pié.
XXXVI.
Ved lo que Juana se estima,
Que jura á Dios trino y uno,
Que no le ha de echar ninguno
De valde la pierna encima.
Y es razon que se le crea,
Porque si ella no lo paga,
Ninguno habrá que tal haga
Por gran bellaco que sea.
XXXVII.
Bien te quiere Guardiola,
Triscadorcilla Violante,
Pero quiérete el bergante
Bañada, desnuda y sola.
Quédame desto una duda,
Porque aunque así lo refiere,
Calla para qué te quiere
Bañada, sola y desnuda.
XXXVIII.
Tus botines, Dorotea
Tienen ya la flor gastada;
Dáselos á tu criada
Que lo merece y desea.
Dáselos de buena gana
Que á tí no te han de faltar,
Pues que te los suelen dar
A pares cada semana.
XXXIX.
Hurtáronle á Magdalena
Sus chapines y gervillas;
Brama y haze maravillas
De su cuerpo con la pena.
Mas dará por bien hurtados
Las gervillas y chapines,
Dándole un par de botines
De los que llaman cerrados.
XL.
Dos galanes pelearon
Sobre Costanza una tarde;
Mirad, asi Dios os guarde,
Para donde lo guardaron.
Si nació la enemistad
De verse un poco apretados,
Dos pueden caber holgados,
Y aun tres á necesidad.
XLI.
Bien entiendo, Inés amiga,
Aunque callo y disimulo,
Qu’ alguien os fuerza y obliga
Hasta dar con voz de culo,
Y á las veces de barriga.
Y si ésto, Inés, es verdad,
Podeis por curiosidad
Con un palico de esparto
Contar hasta el verso quarto,
Y al cabo de él me besad.
XLII.
Quien mi libre corazon
Hizo esclavo, es Catalana,
Una hermosa villana
De villana condicion.
Si su nombre hasta aquí
No se alcanza ni penetra,
Quítale la sexta letra,
Y en su lugar pon la i.
XLIII.
Mucho me come el trasero
Desde ayer, señor Armenta,
Pero hecha bien la cuenta
Más me come mi escudero.
Bien será, si os pareciere,
Del escudero dar cabo;
Por no tener mas del rabo
Que rascar, si me conviene.
XLIV.
Quísose Inés sacudir
Las faldas, y descubrió
Mas que la ley permitió
Que pudiese descubrir.
Y hubo un milagro que admira,
Y es, qu’ al tiempo que la ví,
Yo era tuerto, y me volví
Derecho como una vira.
XLV.
Del mal que Inés ha escapado
Escapó con solo un ojo,
Y maldito sea el enojo
Que de perdello ha tomado.
Haze su cuenta, que Dios
No le hizo agravio alguno;
Si de los dos perdió uno,
De los tres le quedan dos.
XLVI.
Cierra la puerta, Rufina,
Porque de no estar cerrada
No te halles malograda
Como tu hermana Marina.
Pero si no tienes gana
De cerrar ni de encerrarte,
Debes querer malograrte
Como Marina tu hermana.
XLVII.
Donde el sácro Bétis baña
Con manso curso la tierra,
Qu’ entre sus muros encierra
Toda la gloria de España,
Reside Inés la graciosa,
La del dorado cabello;
Pero ¿á mí qué me vá en ello?
Maldita de Dios la cosa.
XLVIII.
Tu nariz, hermana Clara,
Ya vemos visiblemente
Que parte desde la frente;
No hay quien sepa donde para.
Mas, puesto que no haya quién,
Por derivacion se saca,
Que una cosa tan bellaca
No puede parar en bien.
XLIX.
Magdalena me picó
Con un alfiler un dedo;
Díjela, picado quedo,
Pero ya lo estaba yo.
Rióse y con su cordura
Acudió al remedio presto;
Chupóme el dedo, y con ésto
Sané de la picadura.
L.
Si enviudar os conviene,
Compadre, no es tan barata,
Como pensáis ese trato,
Porque la rapaza tiene
Mas almas que tiene un gato.
Pero dejadla vivir
A sus anchas, y no dudo
Que presto os vereis cornudo…
¡Ay Jesús! Quise decir,
Que os vereis presto viudo.
LI.
No es delito contra el Papa
Reiros, señor Centeno;
Pero no tengo por bueno
Que se ria vuestra capa
Y si ropero que os fíe
Nueva capa no teneis,
Mejor será que lloreis,
Cuando la capa se rie.
LII.
Tiene Inés por su apetito
Dos puertas en su posada;
En una un hoyo á la entrada,
En otra colgando un pito.
Esto es avisar que quando
Viniere alguno pidiendo
Si ha de entrar, entre cayendo,
Si no cayendo, pitando.
LIII.
Mostróme Inés por retrato
De su belleza los piés;
Yo le dije: «eso es, Inés,
Buscar cinco piés al gato.»
Rióse: y como eran bellos,
Y ella por extremo bella,
Arremetí por cojella
Y escapóseme por ellos.
LIV.
Revelóme ayer Luisa
Un caso bien de reir;
Quiéretelo, Inés, decir,
Porque te caigas de risa.
Has de saber que su tia…
No puedo de risa, Inés;
Quiero reirme, y despues
Lo diré cuando me ria.
LV.
En un muladar un dia
Cierta vieja sevillana,
Buscando trapos y lana,
Su ordinaria granjeria,
Acaso vino á hallarse
Un pedazo de un espejo,
Y con un trapillo viejo
Lo limpió para mirarse.
Viendo en él aquellas feas
Quijadas de desconsuelo,
Dando con él en el suelo,
Le dijo: «maldito seas.»
LVI.
Tuve por la más liviana
Mujer del mundo yo á Inés;
Dize Ana que no lo es,
Y en sí lo echa de ver Ana.
LVII.
Á UNA DE MUCHOS.
Dá á cada amante Guiomar,
Por excusar sus porfías,
Del dia un hora, y muchos dias
Le faltan horas que dar.
LVIII.
Á UNO MUY GORDO DE VIENTRE Y MUY
PRESUMIDO DE VALIENTE.
No es mucho qu’ en la ocasion,
Julio, muy valiente seas,
Si hazes quando peleas
De las tripas corazon.
LIX.
No jugueis más por mi vida
Tan mal juego, bella Juana,
Pues podreis veros mañana
Cansada y arrepentida.
Ved si os quadra el que sé yo;
Qu’ estando en él ocupada
Podrá ser veros cansada,
Pero arrepentida nó.
LX.
La ventaja, Catalina,
Qu’ el color del oro fino
Que de las Arabias vino
Haze al de la plata fina,
Ésta le haze y mayor
El color de tus cabellos,
A quien la industria haze bellos,
A su natural color,
Quando se descuidan dellos.
LXI.
Cierto jurista abogado
Juraba por su provecho,
Que habia todo el Derecho
En una noche pasado.
Creyóselo el litigante,
Sin ver que si lo pasó,
Fué porque el libro mudó
Para limpiar el estante.
LXII.
La escopeta y la muger
Dizen que son de igual costa:
Dos escopetas, Acosta,
En tu casa has menester.
Mira no tomes á Clara
Por la otra, si te aprestas,
Pues en cozes y respuestas
Lo mismo es quando dispara.
Pero á cargarlas te enseña,
O harás un grande yerro,
De pólvora la de hierro,
Y la de hueso de leña.
LXIII.
Ya la verde primavera
Pasó, y el ardiente estío,
Y el otoño ya vá fuera
Precursor del tiempo frio.
Ya los dias son pequeños,
Ya empieza nieve á caer;
Ya es tiempo, Inés, de volver
Los cuchillos á sus dueños.
LXIV.
Mucho ha sentido Leonor
La tardanza del marido;
Mas paréceme que ha sido
Llama de estopa el dolor.
Porque ya dizen que toma
La tardanza de manera,
Que ya no espera, sí espera
Que la codicia la coma.
LXV.
Obregon en solo un año
Se empeñó en gran cantidad,
Porque la necesidad
Le hizo tomar á daño.
Mas deudas nuevas y viejas
Todas las pagó en un dia,
Porque dió cuanto tenia
Hasta no quedarle orejas.
LXVI.
Compadre, pues me quereis
Tanto como publicais,
Ruego á Dios que no seáis
Aquello que pareceis.
Porque no me ha dado gusto
Ver que la jente sospecha,
Que sois de vuestra cosecha
Lo que pareceis al justo.
LXVII.
Si qualquier piedra pesada
Por las entrañas adentro
De la tierra corre al centro,
Qu’ es el fin de su jornada,
Y el deber pesa lo mismo;
¿Cómo al que debe y no paga,
La tierra no se le traga
Hasta llegar al abismo?
LXVIII.
A echar el ojo en remojo
Fuiste, Juana, y con donaire
Diz que echaste el ojo al aire:
¡Mira tú á qué echaste el ojo!
Gallego era el aire, y luego
Se te entró á hacerte mal;
Que solo por ojo tal
Se entrara, Juana, un gallego.
LXIX.
Escucha, y dame respuesta,
Loro: ¿quién es la señora
(Responde tú, perra mora)
Que con el Abad se acuesta?
Y si como á coronista
Fiel, te matare el Abad,
Morirás por la verdad,
Como el Precursor Baptista.
LXX.
¿A que no me das un beso?
Me dijo Inesilla loca,
Teniendo en su linda boca
De punta un alfiler grueso.
Yo, que siempre mi provecho
Saco de sus burlas, sabio
Finjí dárselo en el lábio,
Y se lo planté en el pecho.
LXXI.
Al pobre de Valderrama
No ha faltado quien le arguya
Que tiene una deuda suya
De ordinario á mesa y cama.
Vióse sobre ésto apretado,
Mas con callar y sufrir
Todos le dejan vivir
Al pobre en su mal estado.
LXXII.
Heredó el buen Valderrama,
Ya no habrá más quien le arguya;
Luego echó la deuda suya
De su casa, mesa y cama.
Ya no tendrá de apretado
Porque callar y sufrir;
Pues al fin podrá vivir
Libre de tan mal estado.
LXXIII.
Vencióme vuestra beldad.
Mano, entendimiento y ojos;
Recojed la libertad
Y el alma como despojos.
Y si de mi corazon
Quereis quedar victoriosa;
¿Qué suerte más venturosa
Que verle en una prisión,
Donde la fuerza y razon
Es todo una misma cosa?
LXXIV.
Hallo qu’ os ha hecho Dios
En tal punto de fineza,
Que ni la naturaleza
Pudo hazer más, ni vos
Desear mayor belleza.
Porque con vuelo invencible,
De la hermosura visible
Lo que puede ser pasais,
Y allá las alas quemais
En el término imposible.
LXXV.
AGUSTIN FRANCÉS.
Si os hubiera hecho Dios
Mal francés, por mi regalo
Vertiera el agua del palo
Por nunca sanar de vos.
¿Quién vido tan nuevo medio
De tener salud, qual és
Desear el mal francés
Y aborrecer el remedio?
LXXVI.
AL MISMO.
Dolores en las rodillas
Con gran hinchazon de piés
Y remanecer despues
Bocas en las espinillas,
Suelen decir mal francés.
Mas vos, Francés, en quien fundo
La vida y salud que espero,
Siendo el regalo del mundo,
No sois el francés primero
Porque sois este segundo.
LXXVII.
Gran boca tienes, Inés,
Mas de lo que yo quisiera,
Porque dijo la partera
Lo que has de saber despues;
Que la boca, sea qual es,
Estando extendida bien,
Como los extremos den
En la oreja, es lo preciso
Que naturaleza quiso
Dar de largo… no sé á quien.
Púdolo tu madre oir,
Rió las palabras feas
Diciendo; «maldita seas,
Que así me has hecho reir!»
No te sabré mas dezir
De la risa mucha ó poca,
Porque como no me toca
No sé bien en qué paró;
Solo vi que la causó
La medida de tu boca.