Traté en mi soledad por fatal órden
Una fregona de hermosos ojos,
De un mezclado color de grana y nieve
Y de un cabello de madejas de oro,
Un mes al justo; pero en este tiempo,
Me puso sin propósito los cuernos.
No sabía yo entonces qué eran cuernos;
Pero ya mi descuido y mala orden,
En el discurso de tan breve tiempo,
Me enseñaron la ciencia á vista de ojos;
Y cuán dispuesta leña es plata y oro
Para encender un corazon de nieve.
Pasado el humo que causó la nieve
Por el oro encendida, ví mis cuernos,
Fruto de una esmeralda y cuentas de oro.
Dije al Amor: bellaco; ¿es buena orden
Que un sastre cojo y feo y turbio de ojos
Triunfe de mí en catorce dias de tiempo?
Y respondióme Amor: uso es del tiempo.
Cubríme de un sudor frío de nieve,
Y bañados en lágrimas los ojos,
Hice barrer la casa de los cuernos,
Y sahumarla toda por buen órden
Contra sastre, esmeralda y cuentas de oro.
Pidióme un bolso cairelado de oro,
Díjela; Inés, pues en tan corto tiempo
Me pides bolso, no sigues buen órden.
Enmudeció mas fría que la nieve;
Debió trazar entonces estos cuernos,
Por lo que despues vide por mis ojos.
¡Quién vió tan grande afrenta por sus ojos!
Pues no ha de aprovecharme todo el oro
Que juntó el rico Creso, á que mis cuernos
Dejen de serme cuernos todo el tiempo
Que la sierra de Ronda diere nieve.
Y el órden celestial corra por órden.
Al fin, de inadvertido no dí el órden
Que debiera tener en buscar ojos,
Que guardaran del sol mi blanca nieve,
Aunque costara el ojo á peso de oro.
Dime á sembrar promesas, y en el tiempo
De la cosecha vine á cojer cuernos.