Señora doña Isabel,
Amor que en mi libre pecho
Por su pasatiempo ha hecho
Lo que se esperaba dél.
Favorece cuanto halla
Que me ofende, porque gusta
Que siendo mi queja justa
No tenga de quien formalla.
Dize que no hay culpa en vos
Y oblígame á que lo crea:
No dá causas, pero sea;
Quede este juicio á Dios.
Y quede tambien mi queja,
Aunque no sé si es malicia,
Y si tiene ó no justicia
Quien tan libre della os deja.
Quejarme del mismo Amor
No hallo que hay para qué;
Qu’ en mil ocasiones fué
Causado y no causador.
Si encendió en llamas despues
Cuanto á las manos le dí,
Mire quien vive por sí
Qu’ el haze como quien es.
Pues si de mí mismo fundo
Queja alguna, no es razon;
Que yo sigo la opinion
Mas justa que tiene el mundo.
Y aunqu’ este caso es violento,
Descubre tal calidad
Qu’ el alma y la voluntad
Prestaron consentimiento.
La fortuna no es de quien.
He de quejarme tampoco;
Ni soy tan ciego ni loco,
Que quiera dar mal por bien.
Pues es evidencia clara,
Que para mi pretension
Me dispuso la ocasion,
Si hubiera quien le ayudara.
Pues de mis ojos no es justo:
Por ellos al alma vienen
Los bienes que la entretienen
En sus agravios con gusto.
Y es poner esto en olvido
Dalla á la razon de mano,
Ser á mis ojos tirano,
Y á Dios desagradecido.
Del tiempo no puede ser,
Que suele causar bonanza,
Y contra toda esperanza
Me trajo á vuestro poder.
Y en la fortuna que sigo
Podrá ser que ordene Dios
Qu’ el tiempo haga con vos
Lo que Amor hizo conmigo.
Pues considerado bien,
¿Vióse mayor confusion
Que quejarme con razon,
Sin averiguar de quién?
Y así acuerdo reportarme,
Y no venirme á quejar
De mas que de no hallar
Señora, de quien quejarme.