Tú te has ido, ya no estás.
Aún no entiendo por qué,
pero no estás.
Y yo, aislado,
encerrado en la cárcel de tu ausencia,
no puedo, ni quiero, moverme.
Por la parte superior de mi celda,
entra una luz oscura que no alumbra,
pero que quema.
Y yo, lloro,
y grito, y destrozo mis puños
golpeando los muros de tu recuerdo:
tus sonrisas, tus caricias, tus besos,...
Cierro los ojos,
me canso de respirar
y, poco a poco, me muero.
No te llamo
porque nunca te he llamado,
y porque sé que no vendrás.
Tú te has ido, ya no estás.